Hermandad del Santo Cristo de la Salud
En 1635 el escultor José Micael talló la venerada imagen
El
Cristo de la Salud,
que pertenece al patrimonio artístico del Ayuntamiento, es uno de los iconos
devocionales más emblemáticos del Barroco en la ciudad
18.05.12 -
ALBERTO PALOMO | SUR MÁLAGA
Piensen en
una ciudad portuaria, de calles tortuosas y sucias, donde se ha declarado una
epidemia, y cuyos medios para combatirla es purificando el aire, quemando
pólvora y romero, esparciendo estiércol de vaca por doquier y disparando
cañonazos desde las baterías de defensa. Los médicos ni siquiera se atreven a
entrar en las casas de los afectados, limitándose a vocear en la puerta los
remedios que se les ocurren, más propios de nigromantes que de personas de ciencia.
En hospitales improvisados se hacinan la mayoría de enfermos asistidos
rudimentariamente, esperando la muerte y a ser conducidos a los llamados
'carneros' donde serán enterrados cubiertos de cal viva. Esa dantesca ciudad,
que en realidad podía ser cualquier otra del occidente europeo, es Málaga,
donde hasta bien entrado el siglo XIX, se combatía las periódicas pandemias
según el delirante protocolo descrito. Así no es de extrañar que la gente de
entonces, impotente ante el mal, buscara el remedio sobrenatural, impelida por
la creencia de que la peste era un castigo enviado por Dios a un pueblo
pecador. Este es el origen de innumerables devociones repartidas por todo el
mundo católico, y más concretamente de la devoción al Santo Cristo de la Salud, protector jurado de
la ciudad, por iniciativa de su Ayuntamiento y equivalente a la patrona Santa
María de la Victoria,
que fue siempre de la predilección del estamento eclesiástico. Hoy cuesta
imaginar la enorme devoción que los malagueños de antaño sintieron por este
Cristo, similar o superior al fervor que desde mediados del pasado siglo
suscita la efigie de Jesús Cautivo entre sus descendientes, lo que es
demostrativo de que hasta los sentimientos más íntimos y sagrados no son
inmunes a las veleidades humanas. Ahora que se acerca el día 31 de mayo, fecha
de su festividad, no está de más ilustrar o recordar a quienes gustan de estos
temas, el apasionante origen de esta imagen del Señor.
El
titular
Todo
empezó hacia 1633 cuando en el convento de los trinitarios calzados,
actualmente un edificio con mucho pasado pero con poco futuro, se fundó una
piadosa hermandad de penitencia en torno a un Cristo atado a la Columna allí existente y
que, según se creía, había sido donado por los Reyes Católicos. Quizás, porque
los frailes o el patrono de la capilla donde se veneraba, que era el regidor
Juan Tristán de León, quisieran el monopolio sobre la misma, los cofrades
pronto llegaron a la conclusión de que lo mejor era contar con una escultura
propia, para lo que contrataron una con el escultor de origen turolense José
Micael y Alfaro (1595-1650). Este titular, la imagen que se historia, no entró
con buen pie, porque, casi simultáneamente a su hechura, la hermandad se vio
envuelta en una crisis que le hizo suspender la procesión anual del Miércoles
Santo y trasladarse desde la
Trinidad hasta la céntrica iglesia de San Juan, para lo cual
tuvieron que deshacerse de ella, dado que en esta parroquia ya existía un
Cristo flagelado al que el clero allí adscrito les obligaba a rendir culto. De
esta forma, la talla de Micael pasó a manos particulares, primeramente a las de
una tal Ana de Medegal, y tras su muerte, a las de un anónimo propietario que
vivía en la Alcazaba.
Así estaba la situación cuando, en noviembre de 1648, se sintieron
los primeros síntomas de una de las pestilencias más devastadoras de las que ha
sufrido Málaga, que llegaría a perder en los meses que duró más de una cuarta
parte de población. El lunes 31 de mayo de 1649, cuando mayor virulencia
alcanzaba la enfermedad, la viuda del último propietario del Señor se mudó de
casa, por lo que requirió los servicios de un carretero para trasladar sus
pertenencias, entre las que se encontraba la escultura. Al pasar el carro ante
las puertas del Ayuntamiento, en la hoy plaza de la Constitución, se dio
la circunstancia de que la pareja de bueyes frenaron en seco su marcha,
negándose a avanzar pese al castigo que les infligía su dueño. El hecho, por lo
extraño, motivó la curiosidad de quienes se encontraban cerca, arremolinándose
para ver en qué quedaba todo aquello. Fue entonces cuando una voz de niño se
impuso advirtiendo: «¡Miren de qué suerte llevan a un Santo Cristo!». Los
presentes, no viendo por parte ninguna criatura alguna, quedaron llenos de
estupor, procediendo el escribano Francisco Solano Alcázar a registrar el
carromato, encontrando cubierto bajo unas frazadas a la sagrada efigie. La
reacción espontánea de los testigos del hallazgo, entre los cuales se
encontraban varios mayordomos de la
Cofradía de la
Esperanza, radicada en la vecina ermita de Santa Lucía que se
alzaba en la actual calle de ese nombre, fue a introducirla a hombros en las
Casas Consistoriales, mientras proclamaban que portaban al verdadero médico que
curaría a Málaga. La narración de lo sucedido se extendió rápidamente entre el
vecindario que se agolpó para visitar al Señor, entronizado en la capilla
municipal, y bautizado desde ese instante como «Santo Cristo de la Salud». Dado que la peste
fue remitiendo progresivamente desde esa jornada, el pueblo piadoso no dudó en
una providencial intervención divina. Todo ello se encuentra puntualmente
recogido en las actas capitulares del Consistorio, con fecha de 1 de junio de
1649, apenas un día después del hallazgo supuestamente milagroso, y redactado
por el regidor Martín de Mújica, aunque será el relato redactado por el
impresor Juan Serrano de Vargas en su célebre 'Anacardina espiritual',
compuesta en 1650, quien fijaría toda la invención acerca del origen de la
teúrgica imagen. Para entonces ya se había propagado la historia paralela de
que su artífice, el mencionado Micael, autor igualmente del apostolado del coro
de la Catedral,
viendo los portentos obrados por su obra, había anunciado que su muerte estaba
cerca. Al parecer esto respondía a la creencia extendida entre los imagineros
de que quien labraba una talla milagrosa fallecía al poco tiempo. Sea inventiva
del imaginario popular o por pura aprensión del maestro, éste falleció,
efectivamente, justamente un año después de los sucesos de la plaza, siendo
enterrado en la iglesia de Santiago.
La
rogativa
Con
semejantes antecedentes, a lo que se unió su nombramiento oficial como patrono
y la declaración de su festividad para el 31 de mayo, el Señor de la Salud pasó desde entonces a
engrosar el selecto grupo de celestiales abogados de Málaga, junto con la Virgen de la Victoria, y los mártires
Ciriaco y Paula, entre otros santos. Siempre que alguna calamidad pública, de
carácter local o nacional se cernía amenazante, los cabildos eclesiástico y
civil conjuntamente organizaban las preceptivas rogativas que, de por lo común,
principiaban con su traslado conjunto hasta la Catedral donde quedaban
entronizados hasta que se consideraba conjurado el peligro. Gracias a un
cuaderno manuscrito sobre el modo de practicar las diversas ceremonias que se
celebraban en el primer templo de la diócesis durante el siglo XVIII, se puede
conocer el protocolo seguido para la recepción del venerado simulacro: «Cuando
viene la Ciudad
a esta Santa Iglesia trayendo al Santo Cristo sale el Cabildo con cruz y
ciriales, preste y diáconos, y con velas encendidas hasta las cadenas para
recibirlo y se empieza a repicar. Al llegar la santa imagen y moverse la
procesión se empiezan a cantar los himnos de la Transfiguración
con órgano. Y colocado el Señor en el pavimento, cerca de la lámpara, canta la
capilla un motete en el coro. Al día siguiente se instalan las santas imágenes
en el pavimento de la capilla mayor a los lados de las gradas. La del Santo
Cristo al lado del Evangelio, y la de Nuestra Señora al lado de la Epístola».
Culminadas
las rogativas eran devueltas a sus templos en solemnes procesiones donde
participaban las autoridades, la milicia, las órdenes religiosas, las
parroquias y todo el clero secular encabezados por el obispo. Lo más usual era
en esas ocasiones que el Señor de la
Salud, que siempre era portado por regidores y caballeros,
acompañara y despidiera cortésmente a su Madre, que volvía a su lejano convento
de los Mínimos, a la altura de la desaparecida puerta de Granada, regresando a
continuación hasta la capilla del Ayuntamiento que hacía esquina con la actual
calle Especerías, inmediata al mercado de carnicerías que allí había hasta la
primera mitad del siglo XIX. En este enclave se veneró ininterrumpidamente el
Cristo hasta que, con motivo de la invasión francesa, fue reubicado en la
iglesia de la Victoria,
volviendo a su tradicional emplazamiento en 1813, y sorteando después un
intento de mudanza a la
Catedral en 1821. Posteriormente, pasó a quedar establecido
en la parroquial de los Santos Mártires durante el transcurso de unas
reparaciones en su capilla, hasta que, finalmente, al ser demolidas las
antiguas Casas Consistoriales y quedar desestimado un intento de edificar una
iglesia 'ex profeso' para acogerlo, quedó emplazado en la cercana iglesia de
San Telmo, en origen, templo de la
Compañía de Jesús bajo la advocación de San Sebastián. La Corporación Municipal
consiguió a la postre la cesión de este magnífico edificio, del mismo modo que
siempre fue la propietaria de la talla de Micael, obligándose a mantener su
culto, para lo cual siguió costeando la presencia del respectivo capellán. En
la actualidad, la iglesia, que desde que pasó a ser presidida por el patrono se
denomina del «Santo Cristo de la
Salud», se encuentra en un complejo proceso de restauración,
que ojalá sea aprovechado para recuperar altares desmantelados como el del
Crucificado de las Ánimas, o a devolver su prestancia al retablo del
presbiterio que hasta los años setenta contaba con una tribuna acristalada
donde se ubicaba al titular de la iglesia.
Aspecto
cofrade
Hasta
1850, el Señor de la Salud
no contó con una Congregación establecida en su honor, que, curiosamente, dada
las especiales connotaciones que concurrían sobre la escultura, fue aprobado antes
por el estamento civil que religioso. El 10 de agosto de ese año, según consta
en los libros de acuerdos municipales, el regidor Salvador Net presentaba a sus
compañeros de gobierno las bases de los estatutos por los cuales habían de
regirse, constando en la sesión celebrada el día 24 del mismo mes que «el
Ayuntamiento en su calidad de patrono de esta milagrosa imagen no encontró
reparo en dicho proyecto». La vida de esta hermandad fue corta y precaria,
experimentando una transitoria reorganización hacia principios del siglo XX que
tampoco perduró. Desde la segunda mitad de esa centuria se hizo patente el
olvido y la postración del fervor al Señor de la Salud. La última vez que
asistió a una procesión de rogativas fue en 1945 con motivo de la sequía, y luego,
en 1999, volvió a salir a la calle, aunque esta vez fue para presidir el altar
del Corpus levantado por la
Agrupación de Cofradías y que en esa edición contó con un
decorado simulando la fachada de una vivienda malagueña dieciochesca, pintada
por Jesús Castellanos Guerrero.
En cuanto
a la función votiva del 31 de mayo a la que el Ayuntamiento está obligado por
juramento, se mantuvo hasta aproximadamente 1969. Luego, hacia 1980, un gran
devoto del mismo, Eduardo Oyárzabal Pinteño, logró rehacer la antigua
corporación que, al menos durante unos años, logró reactivar los cultos al
Señor, recuperar su festividad y la presencia capitular en los cultos
organizados, viviendo una meritoria etapa de brillantez, siendo hermano mayor
Eduardo Nieto Cruz, aunque desgraciadamente se encuentra actualmente en un
estado cercano a la suspensión.
En
relación al Señor, que en el transcurso de los siglos había recibido al menos
tres restauraciones, por su propio autor en 1649, por mano desconocida en 1750
y por el escultor local Mateo Martínez en torno a 1834, tuvo que sufrir una
intervención de mayor alcance a cargo de Francisco Palma García, tras ser
profanado en la tumultuosa década de los treinta del pasado siglo. Como
resultado de esta reconstrucción su fisonomía quedó trastocada en sus volúmenes
y muy oscurecida en su policromía, prescindiéndose de los atributos que le eran
propios y tan comunes a los antiguos Cristos malacitanos, tales como la
cabellera postiza, la pureza de tela, y los angelitos que sostenían las borlas
de los cordeles. En 2005 fue restaurado por la empresa Quibla Restaura, en un
arduo proceso que intentó devolverle su aspecto originario, con resultados un
tanto sorprendentes.
Una vez
más las corporaciones penitenciales son las que, en cierta manera, han
incentivado la memoria del Señor de la Salud. Así, la Cofradía de los
Estudiantes lleva una representación suya, en metal repujado, como remate de
una de sus insignias, y las hermandades de Nueva Esperanza y Fusionadas lo han
incluido en la iconografía de los tronos del Nazareno del Perdón y de Nuestra
Señora del Mayor Dolor, respectivamente. Los Dolores de San Juan cuenta con un
deliciosa reproducción suya dentro de una urna, muestra de las terracotas para
el culto doméstico que tan usuales eran en la Málaga decimonónica.
También
este año la
Archicofradía de la Expiración ha pintado uno de los cirios de la
candelería de María Santísima de los Dolores Coronada con el retrato del Santo
Cristo, labor realizada por el ceramista Daniel García Romero. Mención aparte
merece la Cofradía
del Sagrado Descendimiento, que no solo ha acogido a la venerable efigie en su
capilla del Hospital Noble mientras duren las obras de su iglesia, sino que ha
organizado un triduo en su honor en estos últimos días del mes de mayo, que a
poco que se preste atención trae ecos de las antiguas coplillas que se cantaban
en su honor: «Todo este pueblo proteste/ con gratitud amorosa,/ fuisteis salud
milagrosa/ en el tiempo de la peste./ Hoy Málaga manifieste/ que haya en Vos su
protector./ Hallemos nuestra salud,/ pues sois nuestro Salvador».
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